Ser
argentino y vivir afuera no es fácil. Donde vayas te van a conocer por Messi, por el tango, por la carne, por ser uno de los países que, en
menos de 10 años, pasó de ser una potencia a tener una economía comparable con
la de un país africano. Pero, principalmente, nos conocen por nuestra fama de
ser “arrogantes”. Yo prefiero “canchero”.
¿Qué
puedo hacer si tuve un Maradona, un Che Guevara, un Favaloro y ahora tengo
hasta un Papa Francisco? Es inevitable sentirse lo mejor. Pero no viene al
caso, porque sobre eso ya se habló y se habla mucho. Pueden encontrar un montón
de notas sobre nuestro “encanto”. Yo vengo a hablarles de otra cosa.
Muchas
veces me pregunto si soy menos argentino, por el hecho de vivir en Brasil.
Pienso: ¿estaré perdiendo mis costumbres, mi forma de hablar, mi picardía, el
famoso “chamuyo”?. La respuesta es un rotundo: NO.
Me
di cuenta el otro día cuando estaba haciendo un trabajo para la universidad.
Mis compañeros, todos amigos, estaban
tardando mucho en responder una simple pregunta sobre una cosa que teníamos que
hacer. Me di cuenta. Sigo siendo argentino. ¿Por qué? Quería la respuesta en
seguida. Me puse nervioso, empecé a caminar por toda la casa. Y el trabajo lo
tenemos que entregar recién dentro de 2 semanas. Por dentro estaba pronunciando
todos los insultos que los porteños bien conocemos.
Ser
argentino trata en hacer siempre lo que queremos. Somos nerviosos, impacientes,
queremos todo rápido. Necesitamos la solución en menos de 5 minutos. Si no la
tenemos empezamos a quejarnos, reclamar y hasta queremos mandar a Messi al
banco de suplentes (sí, soy argentino, no puedo evitar hablar sobre la
Selección).
No
me vayan a pedir calma, ni que me quede sentado, o que tenga que esperar,
porque me pongo más loco. Es llamar al argentino que tengo adentro para que
salga. Yo quiero ser tranquilo, pero mi nacionalidad no me lo permite.
El
que vive en Argentina, probablemente, no se dé cuenta. Pero cuando uno empieza
a vivir y compartir costumbres e ideologías diferentes te das cuenta de lo que
sos. Intentás cambiarlo y conseguís ser diferente. Pero, después de un tiempo,
querés volver a ser lo que eras. Querés volver a ser ese pibe “vivo”, “rápido”
y “calentón”.
Por
eso les digo, si algún día salen del país para vivir en otro lugar, además de
llevar el pasaporte, llevá el corazón y la cabeza que siempre tuviste, que es,
sinceramente, lo más valioso que tenés.